lunes, 23 de octubre de 2017

Aliento de fuego

El dolor de Aegon por la muerte de Rhaenys fue profundo; los dos años siguientes se conocieron como la ira del Dragón. Los Targaryen quemaron toda fortaleza dornense al menos una vez, con la excepción de Lanza del Sol, esperando Aegon I que los dornienses se volvieran contra los Martell. Sin embargo, estos permanecieron leales. Aegon y su hermana Visenya ofrecieron recompensas por las cabezas de los señores de Dorne, pero la única cabeza que le llegaría sería la del dragón Meraxes junto con una carta. 
El contenido de la carta a día de hoy se desconoce para todo el mundo excepto para su destinatario, el rey Aegon I y la persona que la escribió, yo, la princesa Gylia Gardener de Altojardín.

Comenzaba a amanecer en Sotoinfierno. Podía ver los primeros rayos del sol filtrándose por entre las ramas de los árboles; entonces, su rostro se dejó ver. Rhaenys tenía la piel magullada y con leves signos de quemaduras. Vi cómo explotaba el equivalente a una explosión de pólvora concentrada en el cuello del dragón mientras ella salía disparada como una bola de fuego hacia el bosque. Miré a mi alrededor y tanto los árboles como el suelo estaban quemados en ciertas zonas, pero ella no.

Ahora podía verla de cerca; podía ver su cara de porcelana, pelo rubio platino y sus ojos... cerrados. Envainé mi espada y con los dedos abrí sus parpados y vi sus ojos violetas oscuros. Su pupila estaba dilatada, pero no estaba muerta.
Si hubiera muerto sería más fácil, no me importaría. Pero ahora, no puedo matarla. Parece tan frágil; sin un dragón que portar solo es una mujer indefensa, pero con el título de reina de los siete reinos. La preferida de su hermano. Es más valiosa viva que muerta.
Cogí su frágil cuerpo poniendo su brazo por mi cuello y agarrándola de la cintura. Poco a poco se iba despertando, viendo que trataba de poner los pies arrastras sobre el suelo.
La dejé en la ladera del río y la eché agua en la cara. Tosía y balbuceaba mientras se daba la vuelta y de bruces sobre la hierba trataba de hablar.
-No me lleves ante ellos... -susurraba entre gimoteos-.
-Sería una muerte muy rápida. en cuanto te vieran te cortarían la cabeza y se la llevarían a la princesa Martell.
-Entonces, serás tú, joven caballero quien me de muerte, ¿verdad? Seguro que ya estás imaginando los títulos nobiliarios con los que te recompensarán. Tu apellido pasará a la historia. Joderás con una muchacha de alta alcurnia y serás guardia personal de la mismísima princesa...
- Soy una mujer y ya fui noble, de hecho fui princesa... pero tu dragón o el de tus hermanos quemaron literalmente mi historia.
-Venganza entonces. Encuentro la venganza tan poética. Has llegado hasta aquí, tú, una princesa convertida en soldado para atraparme... adelante, cumple tu propósito y vuelve a ser quien eras.
-No soy Nadie ahora. Y tú tampoco. No eres nadie sin tu dragón, solo una mujer indefensa con miedo a morir que se esconde tras esa larga lengua. Pero veo a través de ti y estás cagada de miedo.
Se acabaron las muertes por hoy. se acabarán las batallas en el futuro y se acabará la guerra de mierda que habéis provocado desde que vinisteis. yo la voy a terminar... y tú me vas a ayudar.

Su sorpresa era de esperar. No porque fuera mujer. No por ser princesa. Sino por encontrar todo eso en una joven de Poniente. Supongo que creía que todas nos dedicábamos a hacer punto. En otras circunstancias no se habría equivocado. La venganza me había llevado hasta aquí y había sido capaz de perdonar, así que supongo que si no la maté en el primer instante en que la tuve delante, podía confiar en mí.

Miré los bolsos del caballo. Había víveres suficientes para tres días. Yo conocía el terreno para poder cabalgar y ella, desde lo alto, conocía los caminos a transitar sin problema. La visión desde lo alto con un dragón le dotó de esa capacidad de supervivencia.
Nos montamos en el dragón y atravesamos el bosque para no toparnos con ningún soldado dorniense. A lo lejos todavía se escuchaban los vítores de alegría por la victoria y, por un momento, me detuve para echar un último vistazo a Sotoinfierno que comenzaba a volverse rojo por el sol sobre la piedra caliza de las casas. 
No era ninguna traición, pues ella era toda mía al derrotarla. echaré de menos a los amigos que hice, sin saber siquiera cuales siguen vivos. Casi mejor no pensarlo, pues la culpable de todo se agarra a mi cintura con fuerza por no caerse del caballo.

Nos movíamos como nómadas, no permaneciendo más de una semana en los diferentes pueblos o ciudades que encontrábamos a nuestro paso. La noticia de la muerte de Rhaenys viajaba más rápido que nosotros y pudimos observar como las ciudades volvían a recobrar el estado normal de antes de la guerra. Habían mercados y posadas en las que estacionar y recobrar energías, pero no sería por mucho tiempo.
El dolor de Aegon por la muerte de Rhaenys fue profundo; los dos años siguientes se conocieron como la ira del Dragón. Los Targaryen quemaron toda fortaleza dornense al menos una vez, con la excepción de Lanza del Sol, esperando que los dornienses se volvieran contra los Martell. Sin embargo, estos permanecieron leales. Aegon y su hermana Visenya ofrecieron recompensas por las cabezas de los señores de Dorne pero solo temieron que en algún momento llegara la de su hermana.
Por suerte para nosotras, un cuervo que pertenecía a Rhaenys, nos traía las estrategias de ataque de los Targaryen y así adelantarnos a ellos y huir del lugar. Era una pena no poder avisar al pueblo del ataque inminente, pues eso levantaría sospechas, por lo que antes de irnos de algún lugar siempre gritábamos el mensaje de emergencia para esos casos y que la población se pudiera esconder en las colinas desérticas: ¡El cielo en llamas!.
Habían pasado ya tres años de vagar por el desierto desde que salimos de Sotoinfierno, las dos estábamos ya curtidas en el calor del terreno y descubrimos como hacer fortuna como mercaderes de productos que necesitaba cada pueblo de Dorne. Prácticamente, nos habíamos hecho con el monopolio de envíos que cada uno necesitaba y buscaba y nos ganamos el nombre de las "esquivadoras de flechas", pues sabíamos por donde se movían los batallones enemigos y era un riesgo que otros mercaderes no se atrevían a realizar. fuimos un gran apoyo para los pueblos que atacaban con frecuencia pues salvábamos vidas avisándoles y llevándoles lo necesario para vivir.
En el 13 AC, la princesa Meria Martell falleció, y su hijo Nymor se convirtió en el gobernante de Lanza del Sol. La idea que tenía era la de enviar a su hija Deria a Desembarco del Rey para firmar la paz y reconocer el reino soberano no conquistado de Dorne. Para ello no solo llevaría el acuerdo firmado por su padre pidiendo la paz sino también la cabeza del dragón Meraxes. Pero yo creí que eso no sería suficiente. Rhaenys conocía a su hermano y sabía que aquello solo enfurecería más al rey. 
La única oportunidad para acabar con esta guerra era escribir directamente al rey, de manos de su hermana. Le dije lo que tenía que escribir, contándole como fue perdonada por mí y que debía poner fin a la guerra, pues ella seguía viva y lo seguirá estando en Dorne, de modo que si no cesaba la lucha contra ellos, sería posible que en algún momento acabara con la vida de la persona a la que amaba.

Supimos por nuestros contactos, que el barco zarparía desde la ciudad de Limonar, al sur de Lanza del Sol, pasando el río Sangreverde. Me gustaba el nombre de ese río. Estaba hecho para una Gardener como yo. Los soldados que protegían el barco real nos debían un favor por lo que no nos resultó difícil colarnos en los muelles. Por desgracia, nuestro amigo nos informó que si queríamos entrar en el barco real y ver a la hija del príncipe, sería como guardia personal de ésta.
-Les salvaste la vida a mi mujer y a mi hija en Colina Fantasma cuando les avisasteis del ataque inminente del enemigo, y lo que quiero ahora mismo es estar con ellos, por ello puedo hacerte un favor y tú me lo harás a mí. Llevarás mi uniforme de soldado y viajarás con ella. Confío en que tus intenciones son buenas y no te expondrás a la vista de nadie. Pues, aunque conocidas sois en toda la región del este de Dorne, un acto así podría verse como traición e intento de asesinato hacia un familiar real.
-Descuida, mis intenciones son poner fin a esta guerra y, en este viaje nadie ha de saber quien soy. Me limitaré a permanecer callada.

Me despedí de Rhaenys con un abrazo. En el fondo siempre será mi enemiga, pero también mi amiga, pues sin ella esta guerra todavía podría durar más.
La información de la carta nunca será revelada de forma oficial ante la historia y los siglos venideros. Solo dos personas y yo conoceremos el contenido donde se explica el paradero de la princesa Rhaenys Targaryen, que pasó a vivir como una comerciante en Dorne, pariente de un guardia real ya jubilado bajo el nombre de Sinerha Arena en Colina Fantasma, pero esta información no será dada al rey, pues seguramente la buscaría y ella no quiere ser encontrada. Pues tiempo atrás ya se convirtió en Nadie.

Tras una semana y media de navegación llegamos a Desembarco del Rey, donde los septones supremos se van alzando con paso firme y un trabajo de muchos albañiles y maestres del gremio de construcción. Una ciudad creada de la nada que pasará a ser la capital de todos los reinos unidos de Poniente, excepto de uno.
Nuestra guardia es escoltada por la guardia real del rey y la reina hasta un palacio a medio construir donde una sala aguarda a la invitada real y a todos nosotros. Al final de la sala, se encuentra el trono más terrorífico que nadie haya visto antes. Unas escaleras inmensas e irregulares que llevan a lo alto de un trono incomodo formado todo ello de cientos de espadas enemigas del reino fundidas con el aliento de su dragón.
Antes de que Deria pronunciase su discurso de paz, me acerqué a ella con disimulo y le entregué la carta. Las ordenes fueron claras y sencillas, entregar la carta junto la cabeza del dragón y de este modo apaciguaremos a la bestia. Así lo hizo.
desde su trono el rey Aegon pasó de una expresión de apatía a una expresión que denotaba alegría a la vez que esperanza, pero también tristeza y pena. conocía la letra del remitente. La quemó enseguida y pronunció el fin de la guerra contra Dorne ese mismo día.
Para entonces, la heredera Deria junto con sus guardias volvían a su tierra con el deber cumplido por haber puesto fin a la guerra sin saber casi como lo consiguieron. Ella sabía que la carta fue clave en la decisión del rey, por eso se pasó gran parte del viaje buscando a ese soldado que le entregó la carta en el último momento para que le explicase que ponía en ella. No lo encontraría...
Para entonces, se había quitado la armadura y había cogido otro barco rumbo al Norte, pero eso ya es otra historia.



miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mañana de cenizas

Disparo el primer proyectil metálico como un arpón contra una ballena alada pero no acierto.
Pasa muy lejos de él. Pero el espacio suficiente para que él supiera de dónde venía. Rhaenys lanza un grito y el dragón emite un rugido mientras bate las alas hacia mi dirección.
Me he condenado.
Trato de quitarme los hierros de mis hombros pero me doy cuenta de que están pegadas a mi piel. Del calor se ha pegado a mí y cuanto más tiro de ellos más me escuece. Supongo que no importa un poco de dolor cuando sabes que puedes acabar carbonizada.

En ese momento, aparece un caballerizo con una lanza entre sus brazos enorme. Era otro proyectil. esta vez si que era el último porque el resto de proyectiles habían sido derretidos dentro de otra caravana.
Lo coloca dentro del arma y cargo los arneses hacia atrás con su ayuda. El arma está cargada. No puedo permitirme fallar. No lo haré.

El dragón va en mi dirección sin cambiar el vuelo. Lo tengo en el punto de mira y la máquina no tiembla. Solo tengo que apretar el gatillo. Puedo observar la furia en los ojos de los dos. Si cae el dragón, cae ella. Disparo.

Un rugido se mezcla con la letanía, el odio, la rabia y el miedo y la tristeza de la reina Rhaenys mientras su cuerpo desaparece en el bosque del río.
El dragón cae sobre los edificios de piedra de la ciudad destruyendo como un tsunami de escamas y polvo todo lo que encuentra. No realiza ningún movimiento sensato. Toda la destrucción que provoca se debe a la velocidad de caída y su tamaño. Ya estaba muerto antes de tocar el suelo. El proyectil se clavó en su garganta poco antes de intentar realizar una llamarada que me hubiera fulminado.
Su garganta se hinchó por el fuego e hizo que explotara, provocando la separación de su cabeza y el resto del cuerpo. Rhaenys se encontraba sentada cerca de esa zona por lo que salió disparada. Seguramente también esté muerta, pero debo asegurarme.
Todo el mundo vitorea y grita por la victoria. Este momento será histórico y todo el mundo lo recordará. Supongo que solo los que estamos aquí sabrán quien lanzó el disparo pero la victoria tendrá nombre dorniense. No me importa, es el precio a pagar por ser Nadie.
Cojo el caballo del jinete portador del virote metálico, le doy un par de patadas y sale al galope máximo hacia la puerta de la ciudad camino al río. Al llegar al río me bajo de un salto y echo a correr entre el espeso bosque. Nunca me había parado a ver lo frondoso y verde que era para la zona tan desértica en la que me encontraba. Supongo que estar al lado del río haría que fuera así. Se me hacía laberíntico. Pero después de mucho buscar, la encontré. No se había levantado. Su cuerpo yacía tumbado entre arbustos. Boca arriba y con las manos en el pecho. Me relajé y tomé aliento, ya que no se iría a ningún lado. Era toda mía. Desenfundé la espada y me dirigí hacia ella. No se si estaba viva pero al estar frente a la reina ví que su pecho se llenaba de aire muy lentamente. Todavía vivía.

Delante de mí tenía a una reina Targaryen, pero no la única. Ya la había vencido. Podía hacer lo quisiera con ella. Cualquier otra me hubiera dado igual, ahora soy Nadie, pero no con ella. Ella y su familia había acabado con la mía. Aunque no le guardaba rencor, pues como dije en su día, luchó con honor a diferencia de los Tyrell. Era tan bella. Ahora estaba desarmada. Una parte de ella ya la había matado, al acabar con su dragón.

Apunté con mi fina espada a su cuello y pensé por ultima vez antes de tomar una última decisión...

¿Matar o perdonar?



lunes, 18 de septiembre de 2017

Noche en llamas

Sotoinfierno comenzaba a arder.

El calor del desierto, el color de la arena y el fuego del dragón envolvieron a la ciudad de rojo.
No había ejército, solo una mujer y su dragón.
Todavía no había entrado a la ciudad y ya estaba temblando de miedo. Imaginé a mi padre y mi hermano en Campo de Fuego, sabiendo que iban a ser devorados por las llamas y aún así mantenerse firmes. Así que respiré hondo, me armé de valor y corrí hacia el portón de la entrada.

La gente sencilla se agolpaba por salir de allí, pero los guerreros luchaban hasta la muerte con arcos y lanzas. Sabían que eran inútiles contra la piel escamosa del dragón, pero jamás se retirarían del campo de batalla.
Yo no sabía qué hacer, pero no me iría de allí. De pronto, oí un grito con mi nombre entre los demás chillidos y lamentos. Meria yacía en el suelo con medio cuerpo quemado mientras levantaba una mano señalándome, así que corrí hacia ella. Estaba llena de quemaduras, la mitad de su rostro carbonizado y la armadura se le había fundido en el pecho dejándola sin respirar. Me acerqué a sus labios y lo último que pronunció fue una palabra, -escorpión-.
Sus ojos se cerraron y ya no los volvió a abrir más. Me hubiera gustado haber llorado por ella pero no había tiempo. No entendí qué quería decir con "escorpión" hasta que un batallón en lo alto de la torre gritaba a un carruaje: -¡preparad a Escorpión!-.
El dragón dio una vuelta y se giró para otra llamarada. Yo me encontraba en su camino asó que salí corriendo. Cuando las llamas estaban a punto de alcanzarme, di un salto y me oculté bajo un techado de piedra del mercado. Al asomarme, vi de pasada el rostro de Rhaenys.
Jamás había visto semejante belleza en el rostro de una mujer. Era como su hermano Aegon. Alta, rubia casi plateada, con la piel blanca y los ojos de un tono violeta que parecían los mismos que el dragón que la portaba. En su rostro se podía observar el odio y la rabia que tenía solo por acabar con aquellos que les hacía perder el honor. Me recordaba a mí, pero si algo he aprendido es que cuanto más alto vueles, mayor será la caída y yo la iba a hacer caer.

Cuando salí de la ciudad, pude ver que el carruaje que estaba en las afueras del muro había desplegado sus paredes y dejaba ver una enorme ballesta de hierro en la que se necesitaba una persona para meterse dentro y dirigirla. El lanzador estaba carbonizado en el suelo. El virote cargado era mas largo que una lanza. Estaba hecho para una ofensiva contra dragones. Durante los seis años que llevaba aquí, nunca había oído hablar de un arma de tal envergadura. Estaba claro que era un secreto que no podía llegar a oídos enemigos.
era la única esperanza contra los Targaryen y estaba en mis manos. Me subí al carruaje, me coloqué el apoyo en mis hombros y lo dirigí hacia el dragón. Todavía estaba caliente.
Solo podía disparar una vez y no podía fallar.
El dragón danzaba mucho, se movía sin parar.  Sus gritos eran desalentadores, el hierro caliente me abrasaba los hombros y no llevaba mi armadura.
Apunté con firmeza recordando mis lecciones de arco en Altojardín. Respiré hondo y disparé.


lunes, 11 de septiembre de 2017

Rosa del desierto

Me quedo.

El desierto me mataría, así que mataré por el desierto y por los guerreros de las arenas.

No soy una mercenaria. No lucho por dinero, no lucho por el honor. solo luchaba por la venganza y ya me la he cobrado. Ahora solo lucho por sobrevivir, pero es verdad que si puedo acabar con los Targaryen que pueda, aliviaré la pena por la caída de mi casa. Habían pasado tres años desde que partí de Cider Hall con los Tyrell y otros tres años que pasaría en Dorne.

Después de seis años, me había acostumbrado al clima sureño. Estábamos en el año 10 AC. El día era caluroso, aunque solo un poco en comparación al del Dominio y las noches eran frescas durante este verano que ya duraba casi una década. El mejor momento para salir a hacer cualquier tipo de recado o simplemente pasear por Sotoinfierno era al atardecer. La temperatura era perfecta, pero el motivo para salir era ver la puesta de sol entre las dunas cambiantes del desierto que teñían el cielo de colores vivos y llamativos. Los lugareños, ahora soldados la mayoría, aprovechaban las tardes para ir al río a bañarse.
En Dorne, las mujeres tienen el mismo trato y derecho que los hombres. ninguna mujer podía ser obligada a nada que no quisiera ni por cultura ni familia. Muchas eran las guerreras que habían combatido al ejercito de los Tyrell y vivía para contar sus hazañas en la ladera del río, desnuda junto con otras mujeres. Los hombres se paseaban de la misma manera y hablando con ellas sin ningún pudor. Me contaban que los niños hacían lo mismo, de esta forma se enseñaba la igualdad que reinaba no solo ahí sino en todo el sur. La verdad es que era algo por lo que luchar. los niños y ancianos seguían escondidos en las montañas, pues las represalias de los Targaryen no tardarían en llegar debido al secuestro de Orys y su posterior devolución con la falta de su mano.
Seguramente por eso disfrutaban de cada día como si fuera el último.

Desde el primer momento, los dornienses supieron que yo era una mujer. Sabían como me movía y como era una mujer dentro de una armadura. Les dio igual, para ellos era una guerrera más como el resto. Los primeros meses salía a pasear por el mercado después de mi guardia. Así me ganaba la estancia en la ciudad y poco a poco empezaba a quedar con las chicas de mi turno para ver el atardecer.
Una tarde, Meria y el resto de compañeras me dijeron de quedar para ir al río. Les hubiera dicho que no, pero hacía mucho calor y no quería perder el respeto que me estaba ganando con todos.
Al llegar allí descubrí el panorama. Todos los guerreros y comerciantes que veía muy a diario estaban completamente desnudos y, mientras Meria me seguía contando como descabalgó a un jinete Targaryen cortando la cabeza de su caballo, se desnudaba sin miramientos delante de mí. Me di la vuelta como acto reflejo. Se echó a reír y el resto de amigas la siguió. Me comentó que no tenía nada de que avergonzarme, en el sur es algo normal.
Yo debía hacer lo mismo. Todos allí ya se conocían el cuerpo de sobra, pero el mío era nuevo, así que tenía algunas miradas puestas e mí. Mi cuerpo se volvió mas rojizo de lo normal mientras me desvestía las telas que me prestaron.
-Vaya, menudo par de tetas que tienes ahí-dijo en voz alta Meria y me las tapé rápidamente-.
-Cre...creo que me voy a ir a descansar -dije con voz temblorosa mientras miraba al suelo-.
-Ah, no. De eso nada. Quiero tocarlas, son tan grandes como las mías.
-No, por favor.
No paraba de reírse, sabía que lo estaba pasando mal así que me cogió de la mano y me llevó directamente dentro del agua. El resto de chicas se fue a hablar con un grupo de hombres en una zona de juncos más al fondo. Poco a poco me fui calmando. Meria decía que era una broma, para romper el hielo y que me soltara más. Un poco drástico, pensé yo, pero el agua estaba tan fresca y fuera hacía mucho calor. El cielo iba cogiendo un color anaranjado y rosa. Los chicos se iban fuera de la mano con algunas chicas. Era algo normal. El placer por el placer lo llamaba Meria insinuándome lo que pasaría después a la noche por la zona de arboles en la ladera del río y me acordé del Braavosi y nuestra noche.
-Es verdad que tienes un pecho enorme, ¿me dejas tocarlo?
-S...sí, claro. -me volví a poner roja-.
-Bueno, pero no es tan grande como el mío -me decía mientras me acariciaba cada teta con una mano-.
Me cogió de la mano y me la puso en su teta izquierda. Para ser tan liberal, el corazón le iba rápido. Tenía un pecho enorme y se lo apreté con suavidad mientras el mío también iba rápido. Nos miramos y sonreíamos. Meria era un poco más alta que yo, pelo castaño y largo y voluptuosa. Un cuerpo que nada tenía que envidiar al de un hombre. Creo que le gustaba llevar la armadura para poder llevar el pecho bien sujeto.

Ya empezaba a anochecer y se escuchaban gemidos de mujeres entre los arbustos del otro lado del río. Los que todavía seguían en el agua lanzaban silbidos y vítores con el nombre del chico o la chica que estuviera ahí. Meria también dijo algo y me eché a reír.
Dijo que había que vestirse, ella tenía guardia ahora, pero yo no así que le dije que me quedaría un poco más para ver las estrellas. Me dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios y una palmada en el culo bajo el agua y se despidió.
Vi como salía del agua y como se secaba de arriba abajo. Sabía que la estaba mirando así que antes de irse me guiñó un ojo. Metí la cabeza corriendo bajo el agua hasta que se fue.

Poco a poco cesaron los gemidos, la gente y la luz. Estaba flotando boca arriba mirando las estrellas y empecé a pensar en el Braavosi. Comencé a tocarme el pecho y bajé hasta acariciar mi coño con las yemas de los dedos. El calor del agua me excitaba hasta que me introducí el primer dedo. Poco a poco, llegué hasta lo mas profundo de mi coño y probé a meterme otro dedo. Estaba gimiendo. Me venían imágenes de aquella noche a la vez que se distorsionaba con el cuerpo de Meria secándose en la orilla. Al poco, mi mente me enseñaba imágenes de ella como si fuera la causante de mi placer con sus manos. Mis aullidos fueron mas agudos. Me apreté los dedos con fuerza con las piernas sin sacarlos del agujero hasta que me metí bajo el agua y comencé a gritar de placer. Todo mi cuerpo temblaba y mi coño empezaba a chorrear. Me quedaba sin aire y eso me volvía más loca de placer hasta que saque la cabeza y jadeé con fuerza mi último aliento. Miré al cielo y vi a un dragón. Estaba tan metida en mis sueños que creía haber visto el dragón de la noche que estuve con el Braavosi. Pero no era una ilusión. Las trompetas de la ciudad comenzaron a sonar y llamaradas venidas del cielo chocaban con las murallas y tejados de Sotoinfierno. Rhaenys había llegado a lomos del dragón Meraxes.


sábado, 2 de septiembre de 2017

Las espinas de la rosa

Era mi oportunidad. Sabía que podría acabar con él. No era más que un cobarde. Pero en lo alto del torreón, los dos encontraríamos la muerte. En esos momentos solo pensaba en la venganza, aunque los consejos del Braavosi me decían que debía haberme olvidado de tal causa.

No había vuelta atrás. Subí las escaleras tan rápido como pude y al abrir el portón de una patada, dio un grito y después se calmó al verme. 
-Cierra la puerta, rápido. -la cerré de un golpe-.
-Tranquilo, no es a ellos a quien has de temer. Me ha llevado mucho esfuerzo y sacrificio llegar hasta ti.
-¿De qué estás hablando? Soy tu rey, si te pido que des la vida por mí, lo haces.
-Ya he dado mi vida por ti. He dado mi nombre por ti. Mi apellido. Mi familia. Mi honor... Algo que tú no hiciste por mi familia. Soy Gylia Gardener. Tú traicionaste a mi familia. Prepárate a morir.
-Tienes razón, pero piensa en el honor, en tu honor...

El honor... el honor es una rosa llena de espinas...

Cuando era pequeña, mi padre me contaba las grandes hazañas vividas en sus batallas y las de nuestros antepasados que dieron la gloria a la casa que llevaba nuestro apellido. Hablaba del Garth Manoverde, padre de Garth Gardener, fundador del Dominio y nuestro antepasado.
Manoverde fue un héroe de la Edad de los heroes y para mí debía ser un honor ser descendiente suya. Aunque se hablaba de él como la personificación de la fertilidad, yo le decía a mi padre que medio Dominio debió de salir de su verga.
El honor de pertenecer a los Gardener y de servir a éstos era grandioso. Pues el resto de casas vasallas nos rendían pleitesía ciegamente y estar dispuesto a dar la vida por tu rey era motivo más que suficiente para ser honorable. Blandir la espada contra tu enemigo en nombre de tu rey o portar el estandarte con el escudo que te representa, eso es el honor.
Durante mucho tiempo, alardeaba con todo el mundo del honor que yo tenía y el honor que debía de sentir la gente al verme cuando paseaba por los jardines del castillo. Hasta que un día conocí a una dama noble de una de las ciudades del Dominio, creo que era de Sotodeoro pero no lo recuerdo muy bien.
Lloraba desconsolada en un banco de los jardines de palacio. Había venido a Altojardín junto con su padre y su hermano para solicitar audiencia con mi padre. Al parecer, su familia y diferentes casas de la zona oeste del Dominio tuvieron un enfrentamiento en las Islas Escudo como apoyo frente al ataque de piratas de origen desconocido. Su prometido había muerto en la batalla. Me contó que le había dicho a su querido que no por favor no fuera a luchar, que eso a él no le incumbía. Pero el prometido había jurado lealtad al rey Garth de Altojardín y debía hacerlo por el honor de su nombre y el del reino. 
Por el honor de la batalla, su hermano fue nombrado Ser de Sotodeoro y desposado con la hija de un rico noble de otra casa de la zona. El padre fue nombrado caballero real honorifico de Altojardín hasta el día de su muerte, aunque ya no les hizo falta batallar más. 
Por el honor, esa mujer vio sus sueños truncados. Por alguien a quien nunca había visto, su futuro esposo perdió la vida y parte de la suya se fue con él desde entonces.
¿Qué sentido tenía el honor en esa situación?

-El honor... el honor desapareció el día que el dragón escupió fuego y quemó a mi familia.
-Da igual si dices la verdad. Los Gardener ya no existen y si eres la última de la familia, caerás hoy conmigo. Pero mi hijo continuará mi linaje. Tú... tú no eres nadie.
-Tienes razón, no soy Nadie.

Aprieto con fuerza mi fina espada hasta que le atravieso la garganta y el filo le asoma por el otro lado del cuello y me acerco a su oído para que escuche mis últimas palabras.
-Maldigo a la familia Tyrell, hasta el último día. Espero que hasta el último de ellos conozca el sabor del fuego hasta que vean que el color verde no les pertenece y acabe con ellos.

Sus ojos se agrandan como si una visión de un futuro lejano le abrumase y le asustara más que su cercana muerte. No puede respirar. Cada vez que intenta toser, su cuello expulsa borbotones de sangre y su cara poco a poco palidece.

-No hay honor en lo que acabas de hacer. -escucho una voz detrás de mí y la puerta termina de abrirse-.
Una decena de soldados dornienses se agolpa en la puerta observando la situación.
-¿Crees que tienes alguna posibilidad de salvarte por matar a tu rey? En todo caso, ahora mereces morir con más razón.
-Ese no era mi rey. Yo debía ser su reina. Pero se arrodilló frente al Conquistador. Ya da igual. Mi venganza ha terminado. Ya no tengo nada que perder. El honor no es una excusa para perder la vida frente a un rey deshonroso. No me importaba su causa de batalla, ni la vuestra. Vine aquí con un objetivo y lo he cumplido.
-¿Quién eres?
-Nadie.
-Nadie apoya al Conquistador si le odia tanto.
-No lo apoyo. Mató a mi familia.
-Como a casi todos los que nos encontramos aquí. Sígueme.
Me pongo en pie y se hace un pasillo de soldados mientras me miran y se cierra detrás de mí siguiéndome. El soldado me lleva hasta el capitán.

Después de un rato hablando, el soldado le pone al corriente de mi situación. El capitán se acerca hacia mí sonriendo de una forma extraña.
-Así que eres como una mercenaria. Solo que en vez de oro, buscas tu propia justicia. Si lo que nos has contado es cierto, no morirás hoy. Lucharás a nuestro lado, aunque siempre tienes la opción de volver a tu casa. Pero no esperes que te demos víveres o caballos.

Tú eliges, pelear con nosotros para demostrar que lo que dices es cierto o enfrentarte a la justicia del desierto hasta llegar a tu hogar.

¿Te vas o te quedas?







domingo, 27 de agosto de 2017

Una flor marchita

La decisión es clara. El agua de Harlen será derramada por mi espada.

No puedo ir a la guerra si descubren que soy una chica. Mi amigo Braavosi se ha prestado para dejarme sus ropajes, pero eso no basta. Me vendo el pecho para que no se marque, pero tengo demasiado. Mi única opción es vestir una armadura que tape mi rostro y mi femenino cuerpo.

Mi opción más segura es ir al herrero de la ciudad, ya que en estos días anda muy liado preparando armaduras y espadas. Se acostará cansado después de estar todo el día martilleando en la fragua.
Llegamos a medianoche y no se oye nada por las calles. El único ruido proviene de las afueras donde están acampados gran parte del batallón de Altojardín junto con el ejercito Targaryen. Al llegar al taller observo que la ventana está abierta y me decido sin vacilar a trepar hasta ella. Mi amigo me echa una mano para poder subir empujándome las posaderas, lo cual hace que casi pierda el equilibrio. Le atizo una patada leve en su cara, aun así se ríe y yo le pongo cara de querer saltar sobre su cuello.
Al asomarme por el resquicio veo al herrero tirado en la cama, roncando como si un oso rugiera al ver peligro. Procuro ir despacio y sin hacer ruido pero no creo que se despierte, se le ve agotado. De repente oigo un ruido bajando las escaleras y me escondo. Alguien se me ha adelantado. Está buscando entre armaduras alguna para robar. La figura se gira y viene hacia mí. Creo que me ha visto... se está acercando...
-Sal de ahí, Gylia. Tenemos prisa... -es mi amigo-.
-¿Cómo has entrado? -Le pregunto mientras trato de tranquilizarme-.
-La puerta estaba abierta, se le habrá olvidado cerrarla con el ajetreo que llevará estos días.
Le atizo un puñetazo en el hombro y le digo que no me asuste más así. Intenta no reírse. No se si para no hacer ruido o para que no le atice otra vez.
Después de mucho mirar, descubro una armadura verde esmeralda brillante con motivos florales alrededor de todo el cuerpo como si de una planta enredadera se tratara que me cubre el cuerpo. Es perfecta para mi... pero, falta una pieza de la armadura... el casco.

¿Cómo voy a ocultar el hecho de que soy una mujer si me ven la cara?

Salimos de allí y nos dirigimos al bosque al lado del río sin tiempo para coger un yelmo parecido a la armadura, pues los ronquidos del herrero cesaron y es una mala señal.
Caigo de rodillas frente al claro del río. Me veo reflejada en el agua mientras mi piel se ve de un color plateado debido a la luna llena. Una gota de mis ojos cae en el agua y se forma una honda que se ensancha cada vez más. Mis esperanzas perdidas. Llamaré demasiado la atención...

-¿Quién eres? -me agarra del pelo y tira de él hasta ponerme casi de pie-.
-Me haces daño, ¿Qué estás haciendo?
-¿Quién eres? -continua gritando mientras saca un cuchillo-.
-Sabes quién soy... Gylia... tu amiga...
-¿Sabes quién soy yo?, ¿mi verdadero nombre?, ¡No! Yo no soy nadie... ¿¡Quién eres!?
-Gylia Gardener... ¿es eso lo que querías saber? ¡Suéltame! -coloca el cuchillo bajo mi nuca-.
-Si no quieres que sepan quien eres, tienes que convertirte en nadie...
-No, por favor, no lo hagas...-su mano aprieta mas fuerte el cuchillo y lo levanta produciéndome un corte-.
-¿Quién eres?

Mientras miro al suelo, observo como empiezan a caer al suelo una lluvia de cabellos rojizos mientras caigo arrodillada y casi sin aliento.
Como si de una rosa se tratara, los pétalos se desprenden de la flor y parece que me he marchitado. Me miro de nuevo en el claro del río. Pero dejo de llorar. Me seco las lagrimas y miro con apatía...

-...nadie, no soy Nadie.

A los ojos de los soldados, con la armadura puesta, el pelo corto y un poco de suciedad en la cara, parezco un hombre.
Mañana partiré hacia Dorne. Esta noche seré una mujer por última vez. Me quito la armadura delante del Braavosi. Inmediatamente se da la vuelta. Me desnudo y me meto en el agua. Él se da la vuelta.
Le digo que tiene un corte en la mano. Será mejor que se meta en el agua. Yo se la curaré.
-Quítate la ropa o la mojarás. -le digo mientras le sonrió y quito las manos de mis pechos para que los vea-.
Me giro y me sumerjo en el agua. Observo como se va metiendo poco a poco. Se ha desnudado por completo. Buceo hasta él y salto de repente para asustarle. Le cojo de la cabeza y trato de ahogarle de broma pero el me pellizca la tripa y le suelto pero no saca la cabeza. Me sumerjo junto a él. Nos miramos bajo el agua y comenzamos a besarnos. Al sacar la cabeza nos volvemos a besar. No consigo tocar el fondo con los pies. Me abrazo a su cuello con las manos y a su cintura con las piernas. Entonces noto como su miembro comienza a abrirse paso por mi entrepierna. Abro más las piernas y noto como se resbala dentro de mí hasta llegar a lo mas hondo de mi interior.
Un gemido corta el silencio y los lobos comienzan a aullar. Cada vez más deprisa. Me agarro cada vez más a él hasta arañarle. Su fuerza se ha multiplicado. Me saca del agua abrazado a él con su miembro metido y nos tiramos a la hierba de la ladera. Está pegado a mí. Solo puedo morirme de placer y contemplar las estrellas. No puedo más... mi entrepierna empieza a mojarse mientras me muerdo el labio inferior hasta que sangra y araño su espalda, él emite un gemido en mi oído. Cuando abro los ojos y miro la noche estrellada, la silueta de un dragón cruza delante de mí. Me duermo al lado de él.

Se hace el día. Me visto sin hacer ruido y me acerco al establo que hay en las afueras para coger el primer caballo que veo y emprender la marcha hacia el camino que lleva al Paso de Príncipe con todo el batallón a mi alrededor. No se si volveré a ver al Braavosi o si volveré a Cider Hall, ahora somos nadie.
Procuro no llamar la atención. A pesar de que estoy rodeado del ejercito Targaryen, ninguno me conoce o le parezco conocida, simplemente miran mi armadura verde que choca con la suya siendo tan oscura y rojiza. Me he adelantado a los Tyrell, pero no parece importarles. Al fin y al cabo, nos dirigimos al mismo lugar.

En los primeros meses, las ciudades más cercanas al Dominio y no tan metidas en las montañas que dividen a Dorne del resto de Poniente, estaban casi vacías. Los asaltos realizados no supusieron un problema y no hubo que lamentar muchas bajas en los dos bandos cuando atacamos las Montañas Rojas. Por mi parte era un alivio. No estaba dispuesta a matar inocentes de lugares que no conocía. Los dornienses utilizaban las montañas como refugio secreto en este tipo de situaciones. No solo los inocentes, los guerreros esperaban el momento idóneo para saltar sobre los invasores del norte cuando tuvieran una clara ocasión. Yo lo sabía, el rey Harlen lo sabía, pero el resto no. Y los dos guardamos el secreto. Pues una incursión a las montañas dornienses significaría nuestra ruina. Si nos pillaban por sorpresa, sería al ejercito Targaryen a quienes pillarían desprevenidos. De este modo, el rey Harlen sugirió a Aegon que una táctica para dominar de una manera rápida y efectiva Dorne, sería dividirnos en dos grupos. Targaryen por el norte y Tyrell más al sur. Si atacaban, sería primero a ellos y nosotros estaríamos preparados.
Aegon no se lo pensó mucho, llegaban noticias de cuervos que hablaban de las victorias por el Este de la reina Rhaenys a lomos de Meraxes y Lanza del Sol estaba a punto de caer bajo el fuego del Dragón.

Nuestro ejercito partió hacia el sur rumbo a Sotoinfierno. Los Tyrell sabían que era demasiado fácil una victoria así contra los Martell, y más aún cuando todavía no se habían pronunciado. Preferimos mantener las distancias y ver que ocurriría. No sería la primera vez que Harlen permanece impasible mientras el resto lucha. Cada día que pasa tengo más ganas de acabar con él.

Cada día a caballo que recorríamos hasta nuestro destino nos preguntábamos cual sería la trampa que nos tenían preparada los dornienses. Pero no ocurrió nada, no había nada, ni nadie. Solo encontrábamos desierto y calor. En cada aldea que parábamos solo encontrábamos casa abandonadas, vasijas rotas, ni rastro de vida ni agua. Nuestra única esperanza era llegar a Sotoinfierno antes de morirnos de sed, pues nuestros recursos estaban casi agotados. A dos días a caballo, eramos menos de la mitad de jinetes y soldados. Si no se riega el jardín, las flores se secan.
El miedo se apoderó de nosotros cuando vimos la ciudad ante nosotros, pues sabíamos que encontraríamos agua en ella ya que la ciudad se asienta cerca del río Azufre. Todos comentábamos que no nos importaba si el agua estaba caliente. Beberíamos hasta que el río desapareciera. Pero temíamos un ataque fortuito del enemigo. Que mejor estrategia que esperar a nuestra desesperación para hacernos caer en una trampa. Pero allí tampoco había nadie. Fue un alivio para todos. Por unos días olvidé mi venganza y todos los allí presentes nos dedicamos a abastecernos y recobrar fuerzas mientras esperábamos noticias del este.
Días después, recibíamos noticias de que el fuego del dragón había llegado hasta Lanza del Sol, pero ni rastro de los Martell. No había nadie que hincara la rodilla. Todo Dorne había sucumbido ante las hordas de guerreros llegados desde el norte pero solo las condiciones climáticas habían hecho bajas a su paso. Los soldados que se habían enfrentado y que no tardaron en rendirse eran solo ancianos, mujeres y niños. ¿Dónde estaba el resto? Nos hacíamos esa pregunta los habitantes del Dominio, pero a los recién llegados dragones no les importaba. Pronto se declararon vencedores de la guerra contra Dorne y dejaron la capital a manos de Lord Rosby y bajo el ejercito de Harlen, dividiéndose a lo largo del territorio y quedándonos unos cuantos en Sotoinfierno. Todavía me encontraba entre el ejercito del rey, pero era imposible atacarle sin que nadie se diera cuenta. Entre tanta paz y calma no podría llevar a cabo mi venganza.
Me había acostumbrado al calor del sur. De vez en cuando me escapaba por las noches al río Azufre para bañarme mientras contemplaba desnuda las estrellas. Procuraba que nadie me siguiera, pues si algo hace la guerra son las ganas de yacer con una mujer, y mis compañeros hacía meses que no veían a ninguna. Quien sabe que podrían hacerme. Pensaba en mi amigo Braavosi. No se cuales eran sus planes de futuro, pero se que no vendría a una guerra que no le concierne y menos a matar por venganza. La noche que pasamos juntos me habló del Dios de Muchos Rostros, una deidad que veneraban en Braavos una sociedad secreta de asesinos cuya mayor virtud era la discreción a la hora de convertirse en Nadie. No solo me enseñó a luchar, me enseñó a hacerlo con discreción si quería convertirme en una verdadera vengadora a mi causa. Él dijo que no podría ayudarme más. Pues hasta el último memento me decía que convertirse en Nadie significaba olvidar mi pasado, pero el sabía que no podía dejarlo atrás. Le echo de menos.

¿A que se suponía que estábamos esperando? ¿A que llegaran los dornienses por sorpresa? Parece ser que sí. Aegon también había hecho planes para nosotros. Eramos el señuelo hasta que aparecieran los sureños y nos dieran caza. Harlen quería volver a casa, pero el precio por ser el Señor del Dominio era algo más que hincar la rodilla frente al Conquistador. Veía el miedo en su rostro cada día que pasaba. La calma era su mayor castigo.
Hasta que un día, los dornienses aparecieron. Ya habían atacado La Selva en Tierras de la Tormenta, territorio Baratheon. Pero se encargaron de que la noticia no nos llegara hasta que fue tarde. Durante meses estuvieron vigilando cada asentamiento enemigo y preparaban su estrategia de ataque hasta que pasaron a la acción. Su plan no era acabar con todos, sería imposible. Más bien querían hacer prisioneros para después llegar a un acuerdo, y así lo hicieron. Retomaron Lanza del Sol y acabaron con Lord Rosby pero más al norte retuvieron a Orys Baratheon, amigo fiel del rey a cambio de su peso en oro. No pidieron la retirada de tropas, solo querían hacer enfurecer al rey y lo consiguieron, porque además le cortaron la mano de la espada a Orys.
En Sotoinfierno estábamos rodeados, al norte y oeste los dornienses, al sur el río y al este las montañas. Creíamos que llegarían a tiempo barcos desde Lannisport para rescatarnos pero nuca llegaron. Nuestra única elección era pelear hasta el último aliento.

Durante todo el día, luchábamos sin parar, frenando las hordas de guerreros que no dejaban de bajar de las colinas de Skyreach que se acercaban a los muros del castillo. Yo no le quitaba ojo al rey. Al caer la noche, poco a poco nuestro ejercito sucumbía al calor y el agotamiento. Muchos se rendían, pero los dornienses no hacían prisioneros en sus tierras.
En un abrir y cerrar de ojos, el rey salió huyendo hacia el torreón más alto de la fortaleza sin custodia alguna. El muy cobarde era capaz de esconderse con tal de permanecer vivo el tiempo que hiciera falta. Corrí tras él. Era mi oportunidad para vengarme, pero corría el riesgo de morir a manos de los dornienses. Mi otra opción era escapar, por los pasadizos secretos que conocía del castillo y que oculté al resto, de esta manera, me aseguraba que el rey nunca huyera de aquí y yo sí en caso de peligro. Pero escapar de aquí tampoco suponía la esperanza de vivir. El sur es un lugar inhóspito cuando el verano no parece terminar nunca. Debo decidirme ya, ¿acabo con él o huyo?




sábado, 26 de agosto de 2017

Las flores necesitan agua

Han pasado 4 años desde que Aegon I Targaryen fuera bendecido por los siete aceites en la ciudad de Antigua y nombrado Señor de los Siete Reinos. Le recuerdo encabezando un ejercito, nada especial, pues el de mi abuelo fue mucho mayor, solo que él iba a lomos de un dragón rojo y negro llamado Belarion. En Antigua le recibieron con las puertas abiertas y desde entonces todo Poniente le pertenece... salvo un reino, Dorne.

El reino de Dorne, al sur del continente, se mantuvo neutral durante la conquista de los dragones. Después de eso, todos esperaban que la casa Martell hincara la rodilla cuando la reina Rhaenys volara con su dragón Meraxes hacia la capital. Pero no fue así. Los dornienses no se rendirían tan fácilmente.

Así comenzó la Primera guerra dorniense, innecesaria para todo poniente pero no para el orgullo del rey, pues para él no tenía sentido ser el Señor de los siete reinos si solo lo era de seis de ellos.
En el año 4 AC, las tropas Targaryen y Tyrell avanzaban por el Este de Dorne hacia el 'Paso del Principe'. Entre el destacamento de los Tyrell, hombres de las casas de todo el Dominio marchaban detrás de su señor, Harlen Tyrell.

Después de 4 años en el anonimato viviendo en Cider Hall, he aprendido a dominar el arte de la espada con una técnica que me enseñó un Braavosi que fue escudero del llamado 'Primera Espada de Braavos'. La técnica, llamada Danza del Agua, hace hincapié en rápidos movimientos gráciles, el sigilo, el equilibrio, la espada que forma parte del brazo, y ver con todos los sentidos.
Tiempo después de mi entrenamiento, descubrí que mi entrenador no fue escudero de nadie, ni siquiera era Braavosi. Las técnicas de las que era conocedor, las aprendió en los textos que robó de la Ciudadela donde se explicaban al detalle los combates épicos que habían ocurrido a lo largo de la historia.
Pero no le juzgo, pues una vez me dijo "Chico, chica... que más da. Eres una espada. Es lo único que importa." Tal vez solo quería alguien a su lado con quien no sentirse solo, al igual que yo. Por eso nunca le conté que sabía la verdad.

La guerra dorniense comenzó, y nos llamaron a filas para combatir. No era mi guerra, pero mi objetivo se encontraba en ella. Harlen Tyrell, el traidor a mi familia.

En Dorne podría encontrar la muerte, a pesar de ir con los Targaryen, pues de todos es conocida la astucia de los dornienses en combate y la habilidad para esconderse por sus terrenos, desconcidos para nosotros. Pero era mi oportunidad para vengarme de Harlen. Él podría morir allí, pero quería ser yo quien le diera muerte.

La ciudad de Cider Hall se encuentra en la bifurcación del rio Mander. Dos caminos de agua. Como dice mi entrenador, "estamos hechos de agua". La decisión es mía. ¿Qué camino tomaré?

Quedarme en Cider Hall o ir a la guerra y vengar a mi familia...