miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mañana de cenizas

Disparo el primer proyectil metálico como un arpón contra una ballena alada pero no acierto.
Pasa muy lejos de él. Pero el espacio suficiente para que él supiera de dónde venía. Rhaenys lanza un grito y el dragón emite un rugido mientras bate las alas hacia mi dirección.
Me he condenado.
Trato de quitarme los hierros de mis hombros pero me doy cuenta de que están pegadas a mi piel. Del calor se ha pegado a mí y cuanto más tiro de ellos más me escuece. Supongo que no importa un poco de dolor cuando sabes que puedes acabar carbonizada.

En ese momento, aparece un caballerizo con una lanza entre sus brazos enorme. Era otro proyectil. esta vez si que era el último porque el resto de proyectiles habían sido derretidos dentro de otra caravana.
Lo coloca dentro del arma y cargo los arneses hacia atrás con su ayuda. El arma está cargada. No puedo permitirme fallar. No lo haré.

El dragón va en mi dirección sin cambiar el vuelo. Lo tengo en el punto de mira y la máquina no tiembla. Solo tengo que apretar el gatillo. Puedo observar la furia en los ojos de los dos. Si cae el dragón, cae ella. Disparo.

Un rugido se mezcla con la letanía, el odio, la rabia y el miedo y la tristeza de la reina Rhaenys mientras su cuerpo desaparece en el bosque del río.
El dragón cae sobre los edificios de piedra de la ciudad destruyendo como un tsunami de escamas y polvo todo lo que encuentra. No realiza ningún movimiento sensato. Toda la destrucción que provoca se debe a la velocidad de caída y su tamaño. Ya estaba muerto antes de tocar el suelo. El proyectil se clavó en su garganta poco antes de intentar realizar una llamarada que me hubiera fulminado.
Su garganta se hinchó por el fuego e hizo que explotara, provocando la separación de su cabeza y el resto del cuerpo. Rhaenys se encontraba sentada cerca de esa zona por lo que salió disparada. Seguramente también esté muerta, pero debo asegurarme.
Todo el mundo vitorea y grita por la victoria. Este momento será histórico y todo el mundo lo recordará. Supongo que solo los que estamos aquí sabrán quien lanzó el disparo pero la victoria tendrá nombre dorniense. No me importa, es el precio a pagar por ser Nadie.
Cojo el caballo del jinete portador del virote metálico, le doy un par de patadas y sale al galope máximo hacia la puerta de la ciudad camino al río. Al llegar al río me bajo de un salto y echo a correr entre el espeso bosque. Nunca me había parado a ver lo frondoso y verde que era para la zona tan desértica en la que me encontraba. Supongo que estar al lado del río haría que fuera así. Se me hacía laberíntico. Pero después de mucho buscar, la encontré. No se había levantado. Su cuerpo yacía tumbado entre arbustos. Boca arriba y con las manos en el pecho. Me relajé y tomé aliento, ya que no se iría a ningún lado. Era toda mía. Desenfundé la espada y me dirigí hacia ella. No se si estaba viva pero al estar frente a la reina ví que su pecho se llenaba de aire muy lentamente. Todavía vivía.

Delante de mí tenía a una reina Targaryen, pero no la única. Ya la había vencido. Podía hacer lo quisiera con ella. Cualquier otra me hubiera dado igual, ahora soy Nadie, pero no con ella. Ella y su familia había acabado con la mía. Aunque no le guardaba rencor, pues como dije en su día, luchó con honor a diferencia de los Tyrell. Era tan bella. Ahora estaba desarmada. Una parte de ella ya la había matado, al acabar con su dragón.

Apunté con mi fina espada a su cuello y pensé por ultima vez antes de tomar una última decisión...

¿Matar o perdonar?



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