lunes, 18 de septiembre de 2017

Noche en llamas

Sotoinfierno comenzaba a arder.

El calor del desierto, el color de la arena y el fuego del dragón envolvieron a la ciudad de rojo.
No había ejército, solo una mujer y su dragón.
Todavía no había entrado a la ciudad y ya estaba temblando de miedo. Imaginé a mi padre y mi hermano en Campo de Fuego, sabiendo que iban a ser devorados por las llamas y aún así mantenerse firmes. Así que respiré hondo, me armé de valor y corrí hacia el portón de la entrada.

La gente sencilla se agolpaba por salir de allí, pero los guerreros luchaban hasta la muerte con arcos y lanzas. Sabían que eran inútiles contra la piel escamosa del dragón, pero jamás se retirarían del campo de batalla.
Yo no sabía qué hacer, pero no me iría de allí. De pronto, oí un grito con mi nombre entre los demás chillidos y lamentos. Meria yacía en el suelo con medio cuerpo quemado mientras levantaba una mano señalándome, así que corrí hacia ella. Estaba llena de quemaduras, la mitad de su rostro carbonizado y la armadura se le había fundido en el pecho dejándola sin respirar. Me acerqué a sus labios y lo último que pronunció fue una palabra, -escorpión-.
Sus ojos se cerraron y ya no los volvió a abrir más. Me hubiera gustado haber llorado por ella pero no había tiempo. No entendí qué quería decir con "escorpión" hasta que un batallón en lo alto de la torre gritaba a un carruaje: -¡preparad a Escorpión!-.
El dragón dio una vuelta y se giró para otra llamarada. Yo me encontraba en su camino asó que salí corriendo. Cuando las llamas estaban a punto de alcanzarme, di un salto y me oculté bajo un techado de piedra del mercado. Al asomarme, vi de pasada el rostro de Rhaenys.
Jamás había visto semejante belleza en el rostro de una mujer. Era como su hermano Aegon. Alta, rubia casi plateada, con la piel blanca y los ojos de un tono violeta que parecían los mismos que el dragón que la portaba. En su rostro se podía observar el odio y la rabia que tenía solo por acabar con aquellos que les hacía perder el honor. Me recordaba a mí, pero si algo he aprendido es que cuanto más alto vueles, mayor será la caída y yo la iba a hacer caer.

Cuando salí de la ciudad, pude ver que el carruaje que estaba en las afueras del muro había desplegado sus paredes y dejaba ver una enorme ballesta de hierro en la que se necesitaba una persona para meterse dentro y dirigirla. El lanzador estaba carbonizado en el suelo. El virote cargado era mas largo que una lanza. Estaba hecho para una ofensiva contra dragones. Durante los seis años que llevaba aquí, nunca había oído hablar de un arma de tal envergadura. Estaba claro que era un secreto que no podía llegar a oídos enemigos.
era la única esperanza contra los Targaryen y estaba en mis manos. Me subí al carruaje, me coloqué el apoyo en mis hombros y lo dirigí hacia el dragón. Todavía estaba caliente.
Solo podía disparar una vez y no podía fallar.
El dragón danzaba mucho, se movía sin parar.  Sus gritos eran desalentadores, el hierro caliente me abrasaba los hombros y no llevaba mi armadura.
Apunté con firmeza recordando mis lecciones de arco en Altojardín. Respiré hondo y disparé.


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