lunes, 11 de septiembre de 2017

Rosa del desierto

Me quedo.

El desierto me mataría, así que mataré por el desierto y por los guerreros de las arenas.

No soy una mercenaria. No lucho por dinero, no lucho por el honor. solo luchaba por la venganza y ya me la he cobrado. Ahora solo lucho por sobrevivir, pero es verdad que si puedo acabar con los Targaryen que pueda, aliviaré la pena por la caída de mi casa. Habían pasado tres años desde que partí de Cider Hall con los Tyrell y otros tres años que pasaría en Dorne.

Después de seis años, me había acostumbrado al clima sureño. Estábamos en el año 10 AC. El día era caluroso, aunque solo un poco en comparación al del Dominio y las noches eran frescas durante este verano que ya duraba casi una década. El mejor momento para salir a hacer cualquier tipo de recado o simplemente pasear por Sotoinfierno era al atardecer. La temperatura era perfecta, pero el motivo para salir era ver la puesta de sol entre las dunas cambiantes del desierto que teñían el cielo de colores vivos y llamativos. Los lugareños, ahora soldados la mayoría, aprovechaban las tardes para ir al río a bañarse.
En Dorne, las mujeres tienen el mismo trato y derecho que los hombres. ninguna mujer podía ser obligada a nada que no quisiera ni por cultura ni familia. Muchas eran las guerreras que habían combatido al ejercito de los Tyrell y vivía para contar sus hazañas en la ladera del río, desnuda junto con otras mujeres. Los hombres se paseaban de la misma manera y hablando con ellas sin ningún pudor. Me contaban que los niños hacían lo mismo, de esta forma se enseñaba la igualdad que reinaba no solo ahí sino en todo el sur. La verdad es que era algo por lo que luchar. los niños y ancianos seguían escondidos en las montañas, pues las represalias de los Targaryen no tardarían en llegar debido al secuestro de Orys y su posterior devolución con la falta de su mano.
Seguramente por eso disfrutaban de cada día como si fuera el último.

Desde el primer momento, los dornienses supieron que yo era una mujer. Sabían como me movía y como era una mujer dentro de una armadura. Les dio igual, para ellos era una guerrera más como el resto. Los primeros meses salía a pasear por el mercado después de mi guardia. Así me ganaba la estancia en la ciudad y poco a poco empezaba a quedar con las chicas de mi turno para ver el atardecer.
Una tarde, Meria y el resto de compañeras me dijeron de quedar para ir al río. Les hubiera dicho que no, pero hacía mucho calor y no quería perder el respeto que me estaba ganando con todos.
Al llegar allí descubrí el panorama. Todos los guerreros y comerciantes que veía muy a diario estaban completamente desnudos y, mientras Meria me seguía contando como descabalgó a un jinete Targaryen cortando la cabeza de su caballo, se desnudaba sin miramientos delante de mí. Me di la vuelta como acto reflejo. Se echó a reír y el resto de amigas la siguió. Me comentó que no tenía nada de que avergonzarme, en el sur es algo normal.
Yo debía hacer lo mismo. Todos allí ya se conocían el cuerpo de sobra, pero el mío era nuevo, así que tenía algunas miradas puestas e mí. Mi cuerpo se volvió mas rojizo de lo normal mientras me desvestía las telas que me prestaron.
-Vaya, menudo par de tetas que tienes ahí-dijo en voz alta Meria y me las tapé rápidamente-.
-Cre...creo que me voy a ir a descansar -dije con voz temblorosa mientras miraba al suelo-.
-Ah, no. De eso nada. Quiero tocarlas, son tan grandes como las mías.
-No, por favor.
No paraba de reírse, sabía que lo estaba pasando mal así que me cogió de la mano y me llevó directamente dentro del agua. El resto de chicas se fue a hablar con un grupo de hombres en una zona de juncos más al fondo. Poco a poco me fui calmando. Meria decía que era una broma, para romper el hielo y que me soltara más. Un poco drástico, pensé yo, pero el agua estaba tan fresca y fuera hacía mucho calor. El cielo iba cogiendo un color anaranjado y rosa. Los chicos se iban fuera de la mano con algunas chicas. Era algo normal. El placer por el placer lo llamaba Meria insinuándome lo que pasaría después a la noche por la zona de arboles en la ladera del río y me acordé del Braavosi y nuestra noche.
-Es verdad que tienes un pecho enorme, ¿me dejas tocarlo?
-S...sí, claro. -me volví a poner roja-.
-Bueno, pero no es tan grande como el mío -me decía mientras me acariciaba cada teta con una mano-.
Me cogió de la mano y me la puso en su teta izquierda. Para ser tan liberal, el corazón le iba rápido. Tenía un pecho enorme y se lo apreté con suavidad mientras el mío también iba rápido. Nos miramos y sonreíamos. Meria era un poco más alta que yo, pelo castaño y largo y voluptuosa. Un cuerpo que nada tenía que envidiar al de un hombre. Creo que le gustaba llevar la armadura para poder llevar el pecho bien sujeto.

Ya empezaba a anochecer y se escuchaban gemidos de mujeres entre los arbustos del otro lado del río. Los que todavía seguían en el agua lanzaban silbidos y vítores con el nombre del chico o la chica que estuviera ahí. Meria también dijo algo y me eché a reír.
Dijo que había que vestirse, ella tenía guardia ahora, pero yo no así que le dije que me quedaría un poco más para ver las estrellas. Me dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios y una palmada en el culo bajo el agua y se despidió.
Vi como salía del agua y como se secaba de arriba abajo. Sabía que la estaba mirando así que antes de irse me guiñó un ojo. Metí la cabeza corriendo bajo el agua hasta que se fue.

Poco a poco cesaron los gemidos, la gente y la luz. Estaba flotando boca arriba mirando las estrellas y empecé a pensar en el Braavosi. Comencé a tocarme el pecho y bajé hasta acariciar mi coño con las yemas de los dedos. El calor del agua me excitaba hasta que me introducí el primer dedo. Poco a poco, llegué hasta lo mas profundo de mi coño y probé a meterme otro dedo. Estaba gimiendo. Me venían imágenes de aquella noche a la vez que se distorsionaba con el cuerpo de Meria secándose en la orilla. Al poco, mi mente me enseñaba imágenes de ella como si fuera la causante de mi placer con sus manos. Mis aullidos fueron mas agudos. Me apreté los dedos con fuerza con las piernas sin sacarlos del agujero hasta que me metí bajo el agua y comencé a gritar de placer. Todo mi cuerpo temblaba y mi coño empezaba a chorrear. Me quedaba sin aire y eso me volvía más loca de placer hasta que saque la cabeza y jadeé con fuerza mi último aliento. Miré al cielo y vi a un dragón. Estaba tan metida en mis sueños que creía haber visto el dragón de la noche que estuve con el Braavosi. Pero no era una ilusión. Las trompetas de la ciudad comenzaron a sonar y llamaradas venidas del cielo chocaban con las murallas y tejados de Sotoinfierno. Rhaenys había llegado a lomos del dragón Meraxes.


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