sábado, 2 de septiembre de 2017

Las espinas de la rosa

Era mi oportunidad. Sabía que podría acabar con él. No era más que un cobarde. Pero en lo alto del torreón, los dos encontraríamos la muerte. En esos momentos solo pensaba en la venganza, aunque los consejos del Braavosi me decían que debía haberme olvidado de tal causa.

No había vuelta atrás. Subí las escaleras tan rápido como pude y al abrir el portón de una patada, dio un grito y después se calmó al verme. 
-Cierra la puerta, rápido. -la cerré de un golpe-.
-Tranquilo, no es a ellos a quien has de temer. Me ha llevado mucho esfuerzo y sacrificio llegar hasta ti.
-¿De qué estás hablando? Soy tu rey, si te pido que des la vida por mí, lo haces.
-Ya he dado mi vida por ti. He dado mi nombre por ti. Mi apellido. Mi familia. Mi honor... Algo que tú no hiciste por mi familia. Soy Gylia Gardener. Tú traicionaste a mi familia. Prepárate a morir.
-Tienes razón, pero piensa en el honor, en tu honor...

El honor... el honor es una rosa llena de espinas...

Cuando era pequeña, mi padre me contaba las grandes hazañas vividas en sus batallas y las de nuestros antepasados que dieron la gloria a la casa que llevaba nuestro apellido. Hablaba del Garth Manoverde, padre de Garth Gardener, fundador del Dominio y nuestro antepasado.
Manoverde fue un héroe de la Edad de los heroes y para mí debía ser un honor ser descendiente suya. Aunque se hablaba de él como la personificación de la fertilidad, yo le decía a mi padre que medio Dominio debió de salir de su verga.
El honor de pertenecer a los Gardener y de servir a éstos era grandioso. Pues el resto de casas vasallas nos rendían pleitesía ciegamente y estar dispuesto a dar la vida por tu rey era motivo más que suficiente para ser honorable. Blandir la espada contra tu enemigo en nombre de tu rey o portar el estandarte con el escudo que te representa, eso es el honor.
Durante mucho tiempo, alardeaba con todo el mundo del honor que yo tenía y el honor que debía de sentir la gente al verme cuando paseaba por los jardines del castillo. Hasta que un día conocí a una dama noble de una de las ciudades del Dominio, creo que era de Sotodeoro pero no lo recuerdo muy bien.
Lloraba desconsolada en un banco de los jardines de palacio. Había venido a Altojardín junto con su padre y su hermano para solicitar audiencia con mi padre. Al parecer, su familia y diferentes casas de la zona oeste del Dominio tuvieron un enfrentamiento en las Islas Escudo como apoyo frente al ataque de piratas de origen desconocido. Su prometido había muerto en la batalla. Me contó que le había dicho a su querido que no por favor no fuera a luchar, que eso a él no le incumbía. Pero el prometido había jurado lealtad al rey Garth de Altojardín y debía hacerlo por el honor de su nombre y el del reino. 
Por el honor de la batalla, su hermano fue nombrado Ser de Sotodeoro y desposado con la hija de un rico noble de otra casa de la zona. El padre fue nombrado caballero real honorifico de Altojardín hasta el día de su muerte, aunque ya no les hizo falta batallar más. 
Por el honor, esa mujer vio sus sueños truncados. Por alguien a quien nunca había visto, su futuro esposo perdió la vida y parte de la suya se fue con él desde entonces.
¿Qué sentido tenía el honor en esa situación?

-El honor... el honor desapareció el día que el dragón escupió fuego y quemó a mi familia.
-Da igual si dices la verdad. Los Gardener ya no existen y si eres la última de la familia, caerás hoy conmigo. Pero mi hijo continuará mi linaje. Tú... tú no eres nadie.
-Tienes razón, no soy Nadie.

Aprieto con fuerza mi fina espada hasta que le atravieso la garganta y el filo le asoma por el otro lado del cuello y me acerco a su oído para que escuche mis últimas palabras.
-Maldigo a la familia Tyrell, hasta el último día. Espero que hasta el último de ellos conozca el sabor del fuego hasta que vean que el color verde no les pertenece y acabe con ellos.

Sus ojos se agrandan como si una visión de un futuro lejano le abrumase y le asustara más que su cercana muerte. No puede respirar. Cada vez que intenta toser, su cuello expulsa borbotones de sangre y su cara poco a poco palidece.

-No hay honor en lo que acabas de hacer. -escucho una voz detrás de mí y la puerta termina de abrirse-.
Una decena de soldados dornienses se agolpa en la puerta observando la situación.
-¿Crees que tienes alguna posibilidad de salvarte por matar a tu rey? En todo caso, ahora mereces morir con más razón.
-Ese no era mi rey. Yo debía ser su reina. Pero se arrodilló frente al Conquistador. Ya da igual. Mi venganza ha terminado. Ya no tengo nada que perder. El honor no es una excusa para perder la vida frente a un rey deshonroso. No me importaba su causa de batalla, ni la vuestra. Vine aquí con un objetivo y lo he cumplido.
-¿Quién eres?
-Nadie.
-Nadie apoya al Conquistador si le odia tanto.
-No lo apoyo. Mató a mi familia.
-Como a casi todos los que nos encontramos aquí. Sígueme.
Me pongo en pie y se hace un pasillo de soldados mientras me miran y se cierra detrás de mí siguiéndome. El soldado me lleva hasta el capitán.

Después de un rato hablando, el soldado le pone al corriente de mi situación. El capitán se acerca hacia mí sonriendo de una forma extraña.
-Así que eres como una mercenaria. Solo que en vez de oro, buscas tu propia justicia. Si lo que nos has contado es cierto, no morirás hoy. Lucharás a nuestro lado, aunque siempre tienes la opción de volver a tu casa. Pero no esperes que te demos víveres o caballos.

Tú eliges, pelear con nosotros para demostrar que lo que dices es cierto o enfrentarte a la justicia del desierto hasta llegar a tu hogar.

¿Te vas o te quedas?







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