lunes, 23 de octubre de 2017

Aliento de fuego

El dolor de Aegon por la muerte de Rhaenys fue profundo; los dos años siguientes se conocieron como la ira del Dragón. Los Targaryen quemaron toda fortaleza dornense al menos una vez, con la excepción de Lanza del Sol, esperando Aegon I que los dornienses se volvieran contra los Martell. Sin embargo, estos permanecieron leales. Aegon y su hermana Visenya ofrecieron recompensas por las cabezas de los señores de Dorne, pero la única cabeza que le llegaría sería la del dragón Meraxes junto con una carta. 
El contenido de la carta a día de hoy se desconoce para todo el mundo excepto para su destinatario, el rey Aegon I y la persona que la escribió, yo, la princesa Gylia Gardener de Altojardín.

Comenzaba a amanecer en Sotoinfierno. Podía ver los primeros rayos del sol filtrándose por entre las ramas de los árboles; entonces, su rostro se dejó ver. Rhaenys tenía la piel magullada y con leves signos de quemaduras. Vi cómo explotaba el equivalente a una explosión de pólvora concentrada en el cuello del dragón mientras ella salía disparada como una bola de fuego hacia el bosque. Miré a mi alrededor y tanto los árboles como el suelo estaban quemados en ciertas zonas, pero ella no.

Ahora podía verla de cerca; podía ver su cara de porcelana, pelo rubio platino y sus ojos... cerrados. Envainé mi espada y con los dedos abrí sus parpados y vi sus ojos violetas oscuros. Su pupila estaba dilatada, pero no estaba muerta.
Si hubiera muerto sería más fácil, no me importaría. Pero ahora, no puedo matarla. Parece tan frágil; sin un dragón que portar solo es una mujer indefensa, pero con el título de reina de los siete reinos. La preferida de su hermano. Es más valiosa viva que muerta.
Cogí su frágil cuerpo poniendo su brazo por mi cuello y agarrándola de la cintura. Poco a poco se iba despertando, viendo que trataba de poner los pies arrastras sobre el suelo.
La dejé en la ladera del río y la eché agua en la cara. Tosía y balbuceaba mientras se daba la vuelta y de bruces sobre la hierba trataba de hablar.
-No me lleves ante ellos... -susurraba entre gimoteos-.
-Sería una muerte muy rápida. en cuanto te vieran te cortarían la cabeza y se la llevarían a la princesa Martell.
-Entonces, serás tú, joven caballero quien me de muerte, ¿verdad? Seguro que ya estás imaginando los títulos nobiliarios con los que te recompensarán. Tu apellido pasará a la historia. Joderás con una muchacha de alta alcurnia y serás guardia personal de la mismísima princesa...
- Soy una mujer y ya fui noble, de hecho fui princesa... pero tu dragón o el de tus hermanos quemaron literalmente mi historia.
-Venganza entonces. Encuentro la venganza tan poética. Has llegado hasta aquí, tú, una princesa convertida en soldado para atraparme... adelante, cumple tu propósito y vuelve a ser quien eras.
-No soy Nadie ahora. Y tú tampoco. No eres nadie sin tu dragón, solo una mujer indefensa con miedo a morir que se esconde tras esa larga lengua. Pero veo a través de ti y estás cagada de miedo.
Se acabaron las muertes por hoy. se acabarán las batallas en el futuro y se acabará la guerra de mierda que habéis provocado desde que vinisteis. yo la voy a terminar... y tú me vas a ayudar.

Su sorpresa era de esperar. No porque fuera mujer. No por ser princesa. Sino por encontrar todo eso en una joven de Poniente. Supongo que creía que todas nos dedicábamos a hacer punto. En otras circunstancias no se habría equivocado. La venganza me había llevado hasta aquí y había sido capaz de perdonar, así que supongo que si no la maté en el primer instante en que la tuve delante, podía confiar en mí.

Miré los bolsos del caballo. Había víveres suficientes para tres días. Yo conocía el terreno para poder cabalgar y ella, desde lo alto, conocía los caminos a transitar sin problema. La visión desde lo alto con un dragón le dotó de esa capacidad de supervivencia.
Nos montamos en el dragón y atravesamos el bosque para no toparnos con ningún soldado dorniense. A lo lejos todavía se escuchaban los vítores de alegría por la victoria y, por un momento, me detuve para echar un último vistazo a Sotoinfierno que comenzaba a volverse rojo por el sol sobre la piedra caliza de las casas. 
No era ninguna traición, pues ella era toda mía al derrotarla. echaré de menos a los amigos que hice, sin saber siquiera cuales siguen vivos. Casi mejor no pensarlo, pues la culpable de todo se agarra a mi cintura con fuerza por no caerse del caballo.

Nos movíamos como nómadas, no permaneciendo más de una semana en los diferentes pueblos o ciudades que encontrábamos a nuestro paso. La noticia de la muerte de Rhaenys viajaba más rápido que nosotros y pudimos observar como las ciudades volvían a recobrar el estado normal de antes de la guerra. Habían mercados y posadas en las que estacionar y recobrar energías, pero no sería por mucho tiempo.
El dolor de Aegon por la muerte de Rhaenys fue profundo; los dos años siguientes se conocieron como la ira del Dragón. Los Targaryen quemaron toda fortaleza dornense al menos una vez, con la excepción de Lanza del Sol, esperando que los dornienses se volvieran contra los Martell. Sin embargo, estos permanecieron leales. Aegon y su hermana Visenya ofrecieron recompensas por las cabezas de los señores de Dorne pero solo temieron que en algún momento llegara la de su hermana.
Por suerte para nosotras, un cuervo que pertenecía a Rhaenys, nos traía las estrategias de ataque de los Targaryen y así adelantarnos a ellos y huir del lugar. Era una pena no poder avisar al pueblo del ataque inminente, pues eso levantaría sospechas, por lo que antes de irnos de algún lugar siempre gritábamos el mensaje de emergencia para esos casos y que la población se pudiera esconder en las colinas desérticas: ¡El cielo en llamas!.
Habían pasado ya tres años de vagar por el desierto desde que salimos de Sotoinfierno, las dos estábamos ya curtidas en el calor del terreno y descubrimos como hacer fortuna como mercaderes de productos que necesitaba cada pueblo de Dorne. Prácticamente, nos habíamos hecho con el monopolio de envíos que cada uno necesitaba y buscaba y nos ganamos el nombre de las "esquivadoras de flechas", pues sabíamos por donde se movían los batallones enemigos y era un riesgo que otros mercaderes no se atrevían a realizar. fuimos un gran apoyo para los pueblos que atacaban con frecuencia pues salvábamos vidas avisándoles y llevándoles lo necesario para vivir.
En el 13 AC, la princesa Meria Martell falleció, y su hijo Nymor se convirtió en el gobernante de Lanza del Sol. La idea que tenía era la de enviar a su hija Deria a Desembarco del Rey para firmar la paz y reconocer el reino soberano no conquistado de Dorne. Para ello no solo llevaría el acuerdo firmado por su padre pidiendo la paz sino también la cabeza del dragón Meraxes. Pero yo creí que eso no sería suficiente. Rhaenys conocía a su hermano y sabía que aquello solo enfurecería más al rey. 
La única oportunidad para acabar con esta guerra era escribir directamente al rey, de manos de su hermana. Le dije lo que tenía que escribir, contándole como fue perdonada por mí y que debía poner fin a la guerra, pues ella seguía viva y lo seguirá estando en Dorne, de modo que si no cesaba la lucha contra ellos, sería posible que en algún momento acabara con la vida de la persona a la que amaba.

Supimos por nuestros contactos, que el barco zarparía desde la ciudad de Limonar, al sur de Lanza del Sol, pasando el río Sangreverde. Me gustaba el nombre de ese río. Estaba hecho para una Gardener como yo. Los soldados que protegían el barco real nos debían un favor por lo que no nos resultó difícil colarnos en los muelles. Por desgracia, nuestro amigo nos informó que si queríamos entrar en el barco real y ver a la hija del príncipe, sería como guardia personal de ésta.
-Les salvaste la vida a mi mujer y a mi hija en Colina Fantasma cuando les avisasteis del ataque inminente del enemigo, y lo que quiero ahora mismo es estar con ellos, por ello puedo hacerte un favor y tú me lo harás a mí. Llevarás mi uniforme de soldado y viajarás con ella. Confío en que tus intenciones son buenas y no te expondrás a la vista de nadie. Pues, aunque conocidas sois en toda la región del este de Dorne, un acto así podría verse como traición e intento de asesinato hacia un familiar real.
-Descuida, mis intenciones son poner fin a esta guerra y, en este viaje nadie ha de saber quien soy. Me limitaré a permanecer callada.

Me despedí de Rhaenys con un abrazo. En el fondo siempre será mi enemiga, pero también mi amiga, pues sin ella esta guerra todavía podría durar más.
La información de la carta nunca será revelada de forma oficial ante la historia y los siglos venideros. Solo dos personas y yo conoceremos el contenido donde se explica el paradero de la princesa Rhaenys Targaryen, que pasó a vivir como una comerciante en Dorne, pariente de un guardia real ya jubilado bajo el nombre de Sinerha Arena en Colina Fantasma, pero esta información no será dada al rey, pues seguramente la buscaría y ella no quiere ser encontrada. Pues tiempo atrás ya se convirtió en Nadie.

Tras una semana y media de navegación llegamos a Desembarco del Rey, donde los septones supremos se van alzando con paso firme y un trabajo de muchos albañiles y maestres del gremio de construcción. Una ciudad creada de la nada que pasará a ser la capital de todos los reinos unidos de Poniente, excepto de uno.
Nuestra guardia es escoltada por la guardia real del rey y la reina hasta un palacio a medio construir donde una sala aguarda a la invitada real y a todos nosotros. Al final de la sala, se encuentra el trono más terrorífico que nadie haya visto antes. Unas escaleras inmensas e irregulares que llevan a lo alto de un trono incomodo formado todo ello de cientos de espadas enemigas del reino fundidas con el aliento de su dragón.
Antes de que Deria pronunciase su discurso de paz, me acerqué a ella con disimulo y le entregué la carta. Las ordenes fueron claras y sencillas, entregar la carta junto la cabeza del dragón y de este modo apaciguaremos a la bestia. Así lo hizo.
desde su trono el rey Aegon pasó de una expresión de apatía a una expresión que denotaba alegría a la vez que esperanza, pero también tristeza y pena. conocía la letra del remitente. La quemó enseguida y pronunció el fin de la guerra contra Dorne ese mismo día.
Para entonces, la heredera Deria junto con sus guardias volvían a su tierra con el deber cumplido por haber puesto fin a la guerra sin saber casi como lo consiguieron. Ella sabía que la carta fue clave en la decisión del rey, por eso se pasó gran parte del viaje buscando a ese soldado que le entregó la carta en el último momento para que le explicase que ponía en ella. No lo encontraría...
Para entonces, se había quitado la armadura y había cogido otro barco rumbo al Norte, pero eso ya es otra historia.



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